La segunda parte de la charla con Calixto Herrera en la Universidad de Barcelona me dejó con una pregunta clave: ¿estamos educando para la vida real o seguimos mirando hacia otro lado ante lo que nos incomoda?
Calixto nos invitó a cuestionar la mirada de la escuela, que durante mucho tiempo ha sido miope ante la finitud de la vida y los desafíos reales de nuestros alumnos.
Nos habló de la importancia de reconocer nuestros propios prejuicios y sesgos, muchos de ellos heredados de narrativas culturales y sociales, y de hacer un esfuerzo de humildad y autocrítica para detectarlos.
Necesitamos espacios en la escuela para reflexionar sobre lo importante, no solo sobre lo urgente. Es fundamental preguntarnos qué estamos dejando atrás en esta sociedad hiperestimulada y cómo nos posicionamos ante temas como la muerte, la inmigración o el suicidio. La formación continua y el uso de los “tres ojos del conocimiento” son claves para afrontar escenarios de adversidad que antes ni imaginábamos.
Calixto defendió la necesidad de una pedagogía de la memoria: recordar que el presente está anudado al pasado y que las ausencias forman parte de nuestras vidas. Olvidar la historia nos hace más vulnerables y menos humanos.
También hablamos de la antropología de la proximidad: acercarnos al otro, especialmente al migrante o al que sufre, sin miedo ni indiferencia. Aquí aparece el concepto de adiaforización de Bauman: cuando llevamos el dolor ajeno a un espacio mental donde no cabe la empatía ni la solidaridad.
La escuela, más que nunca, debe ser un espacio que vincula, que escucha y que acoge. Me quedo con la metáfona de Boris Cyrulnik: la vida es como un jersey de lana, tejido punto a punto con cada vínculo y cada apoyo recibido. Cuando algo se rompe, podemos repararlo con hilos nuevos: el cuidado, la escuela y la comunidad.
Educar para la ida real es abrir espacios de reflexión, memoria y conciencia. Es acompañar desde nuestras propias heridas, reconociendo que todos somos “sanadores heridos” y que el acompañamiento auténtico transforma a ambas partes.
El desafío es que los centros educativos no se conviertan solo en centros que reciben, sino en centros que acogen.
¿Estamos preparados para tejer juntos redes de apoyo y resiliencia?
¿Cómo podemos, desde la escuela y la comunidad, reducir el dolor y fomentar la esperanza?

(y más cosas que voy a compartir contigo)